El término resiliencia apareció, en la Ingeniería, para designar la elasticidad de algunos materiales para adaptarse a grandes cambios de temperatura, absorber energía y llegar a deformarse sin romperse. Se calcula en base a la unidad de superficie de rotura.
El término llegó al ámbito de la psicología en la década de los 70 de manos del psiquiatra Michael Rutter que lo relacionó con la flexibilidad social y la facultad de adaptación de los niños a situaciones extremas. También fue utilizado por el neurólogo-psiquiatra Boris Cyrulnik para designar la capacidad de superación de los sobrevivientes de los campos de concentración, de los niños de los orfanatos y las calles y de todos los que superaron unas muy malas condiciones sociales.
El término llegó al ámbito de la psicología en la década de los 70 de manos del psiquiatra Michael Rutter que lo relacionó con la flexibilidad social y la facultad de adaptación de los niños a situaciones extremas. También fue utilizado por el neurólogo-psiquiatra Boris Cyrulnik para designar la capacidad de superación de los sobrevivientes de los campos de concentración, de los niños de los orfanatos y las calles y de todos los que superaron unas muy malas condiciones sociales.
La resiliencia, cuando nos referimos a humanos, se define como la capacidad que tienen las personas o los grupos para recuperarse ante la adversidad y, en muchas ocasiones, salir fortalecidos de la experiencia con nuevas habilidades y herramientas personales.
La teoría sobre la resiliencia se asienta en torno a dos ideas generales. La primera es la idea de la luminosidad que se basa en las fortalezas de cada persona, es decir, cada ser humano tiene una serie de características que le sirven para ser resiliente. La segunda idea es la de la diversidad que se centra en las diferencias que hay en la reacción de las personas ante las situaciones difíciles. Ante una situación similar, unas personas se rinden mientras otras se desarrollan con éxito a pesar de las dificultades.
Se ha dicho que las personas nacen o no resilientes, pero la realidad es que todos podemos desarrollar esta facultad, si se trabaja en ello. ¿Cómo? Podemos empezar aprendiendo a valorarnos. Es necesario que nos perdonemos los errores teniendo en cuenta que todo en la vida es un aprendizaje, y que para aprender hay que equivocarse. También es importante nuestra relación con los demás, que sea de mutuo apoyo, por lo tanto, saber pedir ayuda también es primordial para el desarrollo de la resiliencia. Así mismo hay que desarrollar una visión positiva de las adversidades y desarrollar la creatividad.
Todas estas capacidades las podemos desarrollar si iniciamos el camino del autodescubrimiento, de esta forma, podremos conocer cuáles son las facultades que ya poseemos y cuáles deberíamos empezar a fomentar para conseguir nuestro objetivo.
Hay factores que contribuyen al desarrollo de la resiliencia, como por ejemplo, tener relaciones dentro y fuera de la familia en las que se dé cariño y apego. Figuras que proporcionen confianza, estímulos, modelos a seguir y, por supuesto, seguridad. Otro factor que ayuda a este objetivo es la capacidad para establecer metas realistas y hacer los planes necesarios para llegar a ellas. La visión positiva de nosotros mismos y nuestras capacidades hará que tengamos confianza en nuestras fortalezas y habilidades y, de esa forma, no nos paralicemos en la consecución de nuestras metas.
Así mismo, otros de los factores que favorecen el desarrollo de la resiliencia serían las destrezas en la comunicación y en la solución de problemas y la capacidad de manejar sentimientos e impulsos fuertes.
Conociendo estos factores, ¿qué pasos podemos empezar a dar para aumentar nuestra resiliencia?
Establecer nuevas relaciones o mejorar las que ya tenemos hasta convertirlas en vínculos de apoyo mutuo.
Aceptar que todo en la vida cambia, que los cambios son parte de la vida.
Centrarse en las cosas que podemos cambiar.
Desarrollar la confianza en nuestros instintos y capacidades.
Centrarse en visualizar lo que queremos en lugar de preocuparnos por lo que tememos.
Cambiar la interpretación que tenemos sobre los problemas evitando verlos como obstáculos insuperables.
Y lo más importante de todo: cuidar de nosotros/as mismos/as. Prestarnos atención para descubrir cuáles son nuestras necesidades y deseos.
Establecer nuevas relaciones o mejorar las que ya tenemos hasta convertirlas en vínculos de apoyo mutuo.
Aceptar que todo en la vida cambia, que los cambios son parte de la vida.
Centrarse en las cosas que podemos cambiar.
Desarrollar la confianza en nuestros instintos y capacidades.
Centrarse en visualizar lo que queremos en lugar de preocuparnos por lo que tememos.
Cambiar la interpretación que tenemos sobre los problemas evitando verlos como obstáculos insuperables.
Y lo más importante de todo: cuidar de nosotros/as mismos/as. Prestarnos atención para descubrir cuáles son nuestras necesidades y deseos.
Si tenemos dificultades para poder desarrollar estas facultades podemos pedir ayuda a algún profesional (psicología, coaching...) que nos ayudará a encontrar las herramientas necesarias para conocernos y desarrollarnos como personas resilientes.